Válvulas abiertas

En una cena en Berlín, Samanta Schweblin cuenta que cuando era chica y le dolía la panza, la mamá la llevaba a lo de una vecina que le dibujaba cruces en el abdomen. Al rato se le iba el dolor. La anécdota genera alerta en la mesa, “pero vos ¿creés en eso?” La escena se repite desde que se mudó a Alemania en 2012. “La pregunta de creés o no creés los alarma un montón, como si hubiera de verdad un mundo que podría desestabilizar el de ellos”, le dice a Claudia Piñeiro sobre los restos del realismo mágico para los lectores europeos, “para nosotros, los latinoamericanos, la pregunta de creer o no creer no tiene ningún sentido”.


Lo más lindo de leer a Samanta Schweblin es lo que no se explica. Un cuento empieza con la muerte de la protagonista: una fantasma suicida que por algún momento duda de los decorados que la parasitan, si estaba muerta antes y no se había dado cuenta, o si finalmente estar muerto era habitar el mismo mundo pero más cansada. En el punto final termina el lenguaje y empieza lo que se dispara en la cabeza: imágenes difusas que intentamos tocar en un nado inquietante.


“Lo raro siempre es más cierto” dice Silvina Ocampo, todo parece en orden hasta que fuerzas extrañas pujan, y a la vez nada es peor que la realidad. Como la paz del ojo del huracán: dramática, breve, rodeada de violencias por estallar. Samanta Schweblin inventó “distancia de rescate” y ahora el “buen mal”, una filosofía de la nitidez y la distorsión, ¿existirá el tercer espacio donde transitan sus personajes? ¿Qué nos sostiene cuando la realidad marea? Una ventana, una barra de metal, los pies fríos, la taza de té, marcas de un ser querido en la pared, la materia asegura que seguimos de este lado, ¿importa? ¿Importa la verdad si no nos entendemos? Animales misteriosos, enfermedades, niños incapaces de comunicar, padres dedicados a no escuchar forman un pasamanos de historias que atravesamos con las piernas suspendidas sin mirar hacia abajo, seguimos, no necesariamente avanzamos.


“Y yo ¿desde dónde los miro? Lo que sea que me haya pasado me ha convertido en algo distinto. Me ha desarmado y expandido, me ha ampliado. Es un dolor que queda fuera de mi cuerpo. Soy una válvula plástica abierta, lo que sea que me esté pasando adentro se sale y toca a los demás”.

El ojo en la garganta, Samanta Schweblin


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