No tengo cosas que decir y me las voy a callar acá

Cuando escribo sobre libros pasa como en mi compostera: todo se mezcla. Acá mezclo lecturas, pensamientos, cosas de la vida, amo y despotrico. Nada distinto a lo que hace cualquiera.


Lo que no se sabe, de Giselle Aronson

No sé cuántos años hace que tengo este libro. Tampoco estoy segura de cuántas veces lo leí. ¿Cuatro? Tal vez cinco. Me lo regaló mi amiga María (Staudenmann) para un cumpleaños, cuando todavía “mediovivíamos” en nuestro refugio de Talcahuano, esa callecita de Buenos Aires donde florecen instrumentos musicales.

Incluso recuerdo que me lo compró en La Libre, cuando todavía no la habían mudado a la calle Chacabuco y nosotras estábamos haciendo y distribuyendo Revista Qu. Lo vi en la vidriera y se lo mostré entusiasmada. Ella entró y me lo compró. Después, como hacíamos siempre, dejamos en la librería unas cuantas revistas para que cualquiera se tentara y manoteara una. Y nos fuimos felices, pispeando la nueva adquisición. Sí, todo eso y más viene asociado a este libro: Lo que no se sabe, de Giselle Aronson, editado por Modesto Rimba en 2016. Gracias.

Mientras pongo la pava y preparo el mate, me pregunto una vez más: ¿cómo es que (todavía) no lo leyó toooodo el mundo? Lo digo así, con los ojos muy abiertos y estirando mucho esa o. El potus no dice nada.

Dejo el mate, agarro de nuevo el libro. Es un campo de muchas batallas: tiene subrayado sobre subrayado, etiquetas, orejitas en las esquinas de las hojas, dibujos hechos con lápiz o delineador, según lo que haya tenido a mano. Además, le incrusté varios señaladores que voy cambiando de lugar según mi estado de ánimo.

Hay días en que lo busco porque lo necesito para responderme otra vez —sé que ahí está la respuesta— si puedo seguir viviendo así, con esas cosas que no sé y que me inquietan. Aunque también lo busco cuando necesito un señalador.

La historia empieza cuando Javier recibe dos cajas: “Dos cajas de cartón, marrones. Lo suficientemente grandes como para guardar lo esencial”, después del misterioso —y aséptico— suicido de Carla. Javier no comprende por qué se las entregan a él y tampoco está seguro de querer descubrir lo que contienen. Sin embargo, según las palabras de la madre de Carla, él fue el último novio serio que tuvo su hija, por lo tanto, es él quien debería conservar las pertenencias que ella dejó. 

No siempre lo leo en casa y con mate, a veces lo leo sin mate en el tren en el subte caminando por la calle con la cabeza gacha chocando con la gente y sin pedir perdón. Lo hago así, sin comas.

¿Qué es lo que me engancha tanto? Me lo pregunté varias veces. Y descubrí que uno de mis motivos para volver a él, es tratar de encontrar esos detalles que se me puedan haber escapado en esos momentos de trance hipnótico que tiene una buena lectura. Además, es la narrativa poética de Giselle: como un runrún armónico que me lleva y me trae. Me hamaca.

Me cebo un mate con miel y limón; miro por el ventanal y recito de memoria una de las frases que más me gustan del libro: “Mientras duró el silencio, planté flores, tuve frío, esperé”, una línea que dialoga profundamente conmigo. De tanto leerlo aprendí varias, y aunque no memoricé fragmentos enteros sé dónde encontrarlos. Soy bastante intensa, ya me lo dijeron, pero no llego al nivel Annie Wilkes, lo juro. Afuera, las cotorras se alborotan, no me creen, se ríen de mí.

Está claro que amo muchísimo este libro, pero me enojé un poquito con Aronson también: esto de vivir con “lo que no se sabe” no es fácil. Más en una historia que ya está escrita y publicada. Pero la perdoné, porque da gusto leerla y releerla. Además, me sorprende cada vez —porque imagino que debe ser bastante complicado— cómo Giselle dosifica los silencios, lo que no quiere que sepa el lector; conoce el punto justo de incertidumbre como para no defraudarlo.

Pienso, mientras muerdo una tostada, que un día de estos le voy a preguntar si ese manejo calculado, esa buena praxis, tiene que ver con su experiencia como Terapeuta del Lenguaje. Porque Giselle nos clava una espina acá, sí, pero también nos deja palabras que ayudan a suavizar la herida. Claro, tampoco es que te dice “andá que te cure Lola”.

Retomo la historia: los días pasan y Javier, que durante las primeras semanas sólo espía, apenas, lo que contienen las cajas, entre mate y mate se empieza a animar. Nadie sabe demasiado sobre el suicidio de Carla. Sólo hay fragmentos, parcialidades. Tal vez sea eso, el misterio, lo que lo lleva a explorar. El misterio y la duda: ¿el suicidio de Carla tiene que ver con él?

Y ahora que me doy cuenta, ese es otro motivo de mis relecturas. Explorar eso que no se sabe, adentrarme en los sentimientos que me provoca. Porque ya sabemos que la lectura siempre nos reserva algo más cuando nos conectamos con la historia, algo inevitable que, en este caso, implica profundizar en esos “lo que no se sabe” de cada cual. 

Con todo lo que dije hasta ahora creo que se entiende que es una novela escrita desde la perspectiva de eso que no se puede ni siquiera intuir. Pero también hay algo más que se pone en relieve: el rol de la mujer, o el rol (los roles) que se supone que deberíamos cumplir, los juicios de valor, las renuncias, las imposiciones. Lo que es mejor, también habla de luchas, deseos, logros. En esta novela hay historias que subyacen, que se cruzan a veces y a veces se distancian. Como en la vida, ¿no?

Pongo a calentar el agua que ya se enfrió y vuelvo al libro, a un detalle, a un gesto que (como a Javier) me atrapa, a ese “mechón de pelo que cae y queda suspendido (…) en el fino temblor del mechón acompasando el leve movimiento (...)”. Que me atrapa, sí y que también hace que se me hierva el agua.

Para ir terminando, los escenarios. La historia transcurre en Haedo, zona oeste del Gran Buenos Aires, y algún viajecito a Capital. Es un paseo de la mano de Javier, el personaje que le pone voz a lo narrado. Uno de esos personajes que dan ganas de conocer. Javier es luthier, piensa mucho, toma mate al atardecer frente a una ventana que da a una plaza. Y entre tanto misterio, también se enamora.

“Javier advierte algo (…) cada vez que ella se ríe, él hace lo mismo.

Estoy en el horno, piensa”.

Y yo estoy en el horno con este libro. Ahora sí, me voy. Si lo leen, o si ya lo leyeron, cuenten qué les pareció.



Datos del libro

género: novela

cantidad de páginas: 150

isbn: 9789874062123

contacto con autora: @giaronson

Contacto con la editorial: @modestorimbaed

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