Thomas Pynchon es un enigma en sí mismo. Lo conocemos, apenas, por los rastros que fue dejando dispersos en su juventud y por algunas fotos que cada tanto aparecen ilustrando notas, reseñas o el intento de una biografía imposible. Atrapar a Thomas Pynchon es algo inverosímil: es un autor que no está en ninguna parte…
Ahora, con la publicación de su nuevo libro, el nombre aparece otra vez en escena. Con Pynchon solo podemos hacer eso: nombrarlo. No tenemos otra cosa. Por encima de esa novela total que es Shadow Ticket, sobrevuela la verdadera sombra. El autor que escribe apartado del mundo. El hombre que construyó su propio misterio hecho de ausencia.
Hablar de un autor ausente es un ejercicio complicado. Tenemos más libros de Thomas Pynchon que datos exactos de su persona. Igual que su obra fragmentaria, los pedazos de este hombre que (si existe) debe rondar los noventa años, hay que buscarlos con paciencia, como en esos juegos de espejos y laberintos que tanto le gustaban a Borges. Con la pericia de los detectives privados que a menudo pueblan sus novelas.
Aún así, Pynchon siempre escapa. Es el maestro del escape: no da entrevistas, no se deja tomar fotografías, no asiste a ningún acto público (aunque se trate del Premio Nacional de Literatura). Hasta en un capítulo de los Simpson aparece con su rostro cubierto por una bolsa de cartón. Ahí está el autor ausente para quienes insistimos en buscarlo.
Se supone que nació en Long Island, en 1937. Para el caso, da lo mismo que sea el seudónimo de Sallinger, un humorista con doble personalidad o un ingeniero de sistemas oculto en Syllicon Valley: todas las opciones son válidas y en uno u otro momento, fueron tomadas como ciertas o probables.
Sin embargo, la vida de Pynchon no es un juego de probabilidades. Hay ciertos patrones que se repiten en cada una de sus obras y que aparecen como un reflejo de ese escritor que se niega a ser una figura pública. Ahí están el caos, la paranoia, el humor absurdo y los símbolos que los críticos pueden discutir toda la vida sin ponerse de acuerdo. Esos antihéroes sin redención que pueblan sus páginas son los últimos exponentes del posmodernismo. Hijos huérfanos de un hombre que habla a través de ellos, que se esconde tras ellos. El resto es una tómbola, como la que lo inscribe cada año en la lista del Nobel o la que afirma que dará una conferencia antes de morir.
Pynchon volvió a escribir después de diez años. Lo que equivale a romper su silencio. Vuelve con otro detective (Hicks McTaggart) que busca rescatar a una heredera millonaria de Wisconsin. Argumento lineal, puede parecernos. Pero no. En el delirio total que nos tiene acostumbrados, este detective luchará contra Nazis y agentes soviéticos y británicos con la misma parsimonia que tiene la banda de swing que suena de fondo. Y para mayor densidad narrativa, no tardarán en aparecer fanáticos de lo paranormal, motoqueros enloquecidos, un submarino y hasta un transatlántico que lo lleva de Estados Unidos a Hungría. Un disparate, pero también una genialidad.
Thomas Pynchon ha dado otro golpe sobre la mesa, tal y como nos tiene acostumbrados, desde V, hace mas de 60 años. Es su manera de hablar, porque él habla a través de sus libros.
El misterio de Thomas Pynchon no es una casualidad. Él decidió que la obra es lo único que debe sobrevivir. Esa es su forma de decirnos que la literatura, igual que la vida, siempre está teñida de luces y sombras…