El detective salvaje

“La literatura es un oficio peligroso y debe serlo.
Si no, no vale la pena”.
Roberto Bolaño

Roberto Bolaño nació en Chile, pero vivió gran parte de su vida en México y en España. Ese conjunto de mapas y viajes y geografías sin duda fue volcado en la obra: una amalgama sin pretensiones, un objeto disperso, una literatura para armar.

Pronto -el 15 de Julio-, se cumplirá un nuevo aniversario de su muerte y decir que fue uno de los grandes escritores del siglo XX, sería caer en la obviedad: la frase hecha, el lugar común. Fue un exponente tardío del Boom, el último que se atrevió a jugar con las palabras (en el sentido más profundo que puede encerrar esa idea), el que se animó a subvertir las estructuras y crear algo nuevo: algo que no se sostiene sólo en la trama.

Para Bolaño la literatura era riesgo o no era nada. Por eso jugaba siempre en los bordes, fusionando géneros y estilos, rompiendo las formas.

Podía mezclar novela negra, poesía y ensayo, sin caer en el absurdo. Y no era un adelantado, sino un visionario. Un escritor capaz de mezclar voces y puntos de vista para crear un coro demoníaco. Los demonios que habrían de llevarlo al infierno, sí, pero escribiendo…

Escribir era el único camino, como una forma de escape o de búsqueda.

Y la búsqueda de Bolaño fue extraordinaria, desquiciada y al fin mortal. Él

había comprendido mejor que nadie hasta entonces, que en el hecho estético está eso que ocurre o que nos prometen que va a ocurrir -según decía Borges-.

Bolaño nos prometió todo, aún su vida…

Poeta por convicción, narrador de raza; intentó alcanzar la gran novela latinoamericana hasta el último aliento. Fue una rara avis, en un mundo que ya se regía según el orden del comercio y las listas de Best Sellers. Se consideraba a sí mismo un escritor maldito y su historia es la historia de la superación constante: el que avanza contra todo pronóstico, sin detenerse, sin entregarse nunca.

Trabajo de lavaplatos, de botón, de camarero. Vendió bisutería en la costa brava de Cataluña y fue recolector de basura en Francia. Descargó barcos y hasta cosechó uvas para sostener ese sueño hecho de literatura.

Ocupaba los ratos libres para escribir y como no tenía dinero para comprar libros, tenía que robarlos.

En México fundó el infrarrealismo, en España vivió de ganar concursos de provincia y en Chile era un perfecto desconocido. La vida dio una vuelta de tuerca en el último momento. Ese golpe salvador con el que soñaba Osvaldo Soriano. Su obra se tradujo a más de cincuenta idiomas y hasta llego a integrar el top 10 de novelas según The New York Times.

Tenía un paladar negro para la lectura y aunque había consagrado su vida a la escritura, sabía que ambos ejercicios se complementaban. Siempre en la vanguardia, arriesgo hasta el final, porque el artista genuino busca el éxtasis. El verdadero éxtasis: el que quema…

Quien se haya quemado con “La pista de hielo”; con “La literatura Nazi en América Latina; con “2666”; con “los detectives salvajes”, seguro puede entender un poco de qué se trata.


Pasaron más de dos décadas desde su muerte. Todavía lo extrañamos.

Imposible adivinar lo que sería de su carrera si no hubiera muerto tan temprano. Podemos estar seguros de una cosa: estaría escribiendo, como siempre; estaría forzando los limites para arrastrarnos más allá, más lejos.

Hasta lo imposible. De la forma que sólo los grandes pueden hacerlo…

Mi carrito